febrero 22, 2018

La Senda literaria del Pirinero

«Visto desde la loma, Ainielle se cuelga sobre el barranco, como un alud de losas y pizarras torturadas, y sólo

«Visto desde la loma, Ainielle se cuelga sobre el barranco, como un alud de losas y pizarras torturadas, y sólo en las casas más bajas –aquellas que rodaron atraídas por la humedad y el vértigo del río- el sol alcanzará a arrancar aún algún último destello al cristal y a las pizarras. Fuera de eso, el silencio y la quietud serán totales. Ni un ruido, ni una señal de humo, ni una presencia o sombra de presencia por las calles. Ni siquiera el temblor indefinido de un visillo o de una sábana colgada en el frontal de alguna de cualquiera de sus múltiples ventanas. Ningún signo de vida podrán adivinar en la distancia».
Así describe Julio Llamazares el pueblo de Ainielle al inicio de su novela La lluvia amarilla. Este pequeño pueblo de la zona de Sobrepuerto, en la comarca del Alto Gállego, quedó efectivamente abandonado en 1970 -como tantos otros del Pirineo- aunque muchas de sus casas, y su iglesia, siguen todavía en pie, como silenciosos guardianes frente al abandono.
La novela de Llamazares sobre el monólogo del último habitante de Ainielle –personaje de ficción que bien pudiera ser el verdadero- está en el origen de la ‘Senda amarilla’, una ruta a pie de 9 kilómetros, los que hay entre Oliván y Ainielle, que se repite cada mes de octubre desde hace ya 11 años y en la que participan alrededor de 400 personas. Este año, la ruta ha discurrido por unos renovados senderos, con mejoras en un trazado que, en algunos tramos, era de difícil acceso. La marcha, organizada por la asociación O Cumo, reivindica el valor de los pueblos abandonados.
Esta ruta se convierte cada año en una gran jornada lúdica y cultural -con charlas, música en directo y visitas culturales-, con el fin de mantener viva la memoria de los habitantes de este y otros pueblos abandonados. Sólo hace falta llevar calzado cómodo y tener ganas de descubrir esta parte tan desconocida del Pirineo.
El territorio pirenaico ha sido fuente de inspiración de numerosas obras literarias. Por eso, aprovechando la presencia de Julio Llamazares, en la anterior edición de la ‘Senda amarilla’ la Comarca del Alto Gállego inauguró el circuito ‘Enclaves literarios’ con la instalación de un monolito en Oliván. Y el pasado verano se instaló un segundo monolito del circuito, en Ainielle.

La belleza de los bosques en un poema

La belleza de sus bosques, valles y cumbres, y el atractivo evocador de los pueblos pirenaicos han inspirado poemas, novelas, ensayos… llenos de experiencias y profundos sentimientos. Un ejemplo de ello es el poema Pirineos de Juan Ramón Jiménez que arranca con estos versos:
En la quietud de estos valles
llenos de dulce añoranza
tiemblan, bajo el cielo azul,
las esquilas de las vacas;
se duerme el sol en la yerba,
y, en la ribera dorada,
sueñan los árboles verdes,
al ir lloroso del agua,
 
Otros célebres autores, como Ramón J. Sender, se convirtieron en representantes de la cultura altoaragonesa. En su obra más conocida, Crónica del Alba, y que también fue llevada al cine, Sender incluyó escenarios como el castillo de Loarre. En otras obras, como sus Tales from the Pyrenees (Cuentos del Pirineo), publicado en la década de los cuarenta durante su etapa como profesor en EEUU, reflejó la belleza y el encanto de los valles pirenaicos.
Los espirituados, de Carmen de Burgos, es otra novela que refleja las costumbres y los paisajes del Altoaragón, a través del relato del noviazgo entre un funcionario liberal andaluz y una joven jacetana, en los años veinte, mientras se celebra la festividad de Santa Orosia, la patrona de Jaca, en la que se desarrollaba la procesión de los espirituados, que concentraba a enfermos psíquicos y supuestamente poseídos del norte de España y el sur de Francia. De hecho la novela fue posteriormente republicada con el título de Los endemoniados de Jaca.
Santa Orosia es también el nexo de unión en Orosia, mujeres de sol a sol, una obra que recopila relatos de autoras como Ángela Labordeta, Espido Freire, Rosa Regás o Soledad Puértolas. Relatos en los que el eco del Pirineo está siempre presente.